Cada respiración se hacía más pesada. Ella sabía que cuando cerrara los ojos, su corazón se desgarraría a la mitad entre sus costillas. Podía sentir el ardor en pecho con cada sorbo de aire.
En la obscuridad, buscó el control remoto y encendió el televisor. La misma serie de siempre, donde el bobo se enamora de todas y todas terminan dejándolo, le recordó que estaba sola. “Se rien. En esta serie se rie la gente” – pensó. 163 episodios y recién ahora se daba cuenta de que el público se reía a carcajadas.
Para ella, era más un caso de estudio: la disfuncionalidad de los personajes; la imposibilidad de las situaciones: el repetitivo círculo vicioso de la añoranza. Se detuvo. Apretó fuertemente los ojos y deseó ser el bobo de la serie. Al menos el nunca estaba solo.
Respiró profundo y trató de relajarse. Las voces y las risas procedientes del televisor querían tener un efecto tranquilizador, pero ahí estaba de nuevo el dolor.. Ese dolor punzante en el pecho, que le decía que todo se le estaba yendo a la mierda.
Despacio y en crescendo, como un murmullo convertido en grito: “Uninvited” de Alanis Morissette. Se volvió lentamente hacia los violines y apagó la alarma. Episodio 165. Se sentó en la cama mecánicamente y se apretó la cabeza entre las manos. El dolor en el pecho se le hizo un nudo. Desde que empezó a rompérsele el corazón era siempre lo mismo: tan pronto se ponía de pie, el dolor se agazapaba, expectante, hasta que volvía a su habitación y se recostaba. Entonces, el dolor empezaba a moverse de nuevo, poco a poco, desgarrante, inutilizando el sueño, segándolo.
Se dirigió al baño y se miró al espejo. Empezaban a notarse las ojeras. Empezaba a sentirse el cansancio. La falta de sueño empezaba a mostrar sus estragos. Se lavó los dientes y se colgó al rostro algo parecido a una sonrisa. Se vistió con cuidado para que la mueca no cayese al piso y salió al mundo.
En la tele, detenido, el bobo consolaba al dolor, que se había quedado solo, mientras planeaban juntos la venganza. Poco a poco pretendían exterminar a esa que los abandonaba, negándose a morirse en una cama con el corazón roto. “Ya casi!” – pensaron riendo a carcajadas. “Ya casi!”
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